miércoles, 19 de agosto de 2009

La Frontera

Solo quedaba a mi paso una estela de huellas, que se difuminaban con el viento.
Unos metros más adelante, me desplome, lo primero que cayó en la arena fue mi esperanza, acto seguido lo hizo mi rostro.
Lloré, maldije, supliqué, el desierto no ofreció eco a mi dolor. Casi sin fuerzas gire mi cuerpo, observe la frivolidad más hermosa de una noche, un cielo brillante, intermitente, indiferente.
Cerré mis ojos pues no quería morir con tal imagen, quería recordar el rostro de ella.
Dos semanas antes habíamos decidido cruzar la frontera, y hacia cuatro que tuve que despedirme de ella.
Al principio, un sueño y el hecho de estar juntos, nos mantuvo en pie, caminando hacia el norte, pero la inmensidad fue acabando lentamente con nosotros.
Abatida por la arena ella empezó a desistir, lentamente, su paso era cada vez mas débil y tambaleante, camino hasta donde pudo.
¡Cayo! y con la poca energía que me quedaba, cargue su cuerpo a mi espalda. Le platicaba, una y otra vez los pequeños detalles de aquel día que nos conocimos, le recordaba, los momentos que pasamos juntos. Ella con los labios secos, me besaba y a palabras susurradas, me decía que me amaba y que no se arrepentía de nada. Sus lágrimas eran las únicas gotas de agua que sentía desde hace días.
De pronto, sentí su cuerpo desvanecerse, ya no sentía su palpitar, ni su respiración, ella había muerto, grite, y trate de avanzar lo mas rápido posible, incluso le cante varias veces, nuestra canción favorita, pero todo fue inútil.
Ahora todo me pesaba. Ese día enterré mi fe, mi motivación junto con ella, en el olvido de aquel desierto hostil.
Estos, son mis últimos recuerdos, ahora siento la arena recorrer mi rostro, acariciándome, secando mis lagrimas, sepultándome.

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